En el contexto de la ciencia biológica, y concretamente de las teorías evolucionistas de Charles Darwin, todo empieza por un error. Como es bien sabido, Darwin había propuesto en 1859 un origen puramente natural de las especies, basándose en el mecanismo de la selección natural y en la evolución a partir de formas inferiores de vida. Uno de los problemas teóricos con los que se topó el evolucionismo, sin embargo, fue el hecho de que la tierra parecía ser demasiado joven para explicar la evolución de la complejidad biológica actual. Pero este supuesto se basaba en los cálculos erróneos del físico Lord Kelvin (1824-1907).
La supuesta juventud de la tierra, y los numerosos huecos que ofrecía el registro fósil conocido en el siglo XIX permitió a algunos naturalistas, como Otto Hahn (1828-1904), autor del libro Die Meterorite (Chondrite) und ihre organismem (1880) buscar un origen no terrestre de la vida. Los detalles los cuentan en un blog de Scientific American:
Hahn argumentó que los meteoritos estudiados eran remanentes de nubes cósmicas de gas, vapor y polvo a partir del cual se formó nuestro sistema solar. La vida se formó en este ambiente semi-líquido, evolucionando al menos hasta el estado de los invertebrados. Tras la formación de los planetas, aglomerados de materia transportaron estos organismos primitivos hasta la tierra donde continuaron evolucionando hasta la aparición del hombre.
Por lo visto Darwin conocía las teorías de Hahn, aunque los expertos consideran improbable que se tomara realmente en serio la hipótesis sobre el origen extraterrestre de la vida terrestre. De hecho, el mismo Darwin dedicó ediciones posteriores de El origen a desmontar la teoría de Kelvin, mostrando que (como sabemos hoy) hay suficiente tiempo en la tierra para explicar un origen nativo de la vida.